Ha sido difícil camino... muchas trampas les pusieron a lo largo de la historia, vigiladas por ese señor insolente que no les dejaba clamar. "Seres inferiores" las llamaron y por ello eran maltratadas e injuriadas.
Largo fue el llanto y espesa la sangre que se ha derramado hasta hoy. Un hoy donde siguen quedando charcos de angustia en un mundo donde la conciencia no existe.
No miro a las victoriosas, aquellas que viven como deberían haber vivido siempre... Miro a las que siguen encarceladas dentro de su propio ser. Sus gritos no son escuchados, ni el sonido de sus pasos, está prohibido; tampoco su rostro hermoso se vislumbra. Prisioneras por su sexo, prisioneras en su casa.
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Foto: Reino de Barataria |
No miro a las liberadas. Miro rostros adolescentes que esperan hacer dinero con sus favores a desconocidos en la parte trasera de un coche. Las trajeron engañadas. Dejaron lejos su infancia junto a sus familias, con el propósito de encontrar una vida mejor.
No se engañe al contemplar, no ciegue sus ojos con una luz que cree apreciar clara, porque la niebla nos sigue acechando. La lucha no ha terminado, el camino se bifurca y por eso continúa.
Algunas han encontrado un sendero agradable, han nacido en un momento y un lugar oportuno. No miro a éstas, miro a esas otras que son trueque desde niñas para solucionar problemas domésticos. Ellas no pueden elegir, no pueden seguir la senda que les lleva a la felicidad. Su destino ya ha sido tapiado.
No miro a las que dejaron atrás un pasado oscuro. A ellas, no las miro, ya se han salvado. Miro a una mujer de mirada triste, con un bebé entre sus brazos. La miro y la miro, no puedo apartar mi mirada. Condenada por ser mujer, va a morir apedreada.
Raquel Fernández
Erase una vez un vasto reino celestial de cometas a la deriva... Y erase un león que miraba a las estrellas.
Un día un cisne negro que custodiaba las galaxias escuchó un rugido
muy potente. Miró por su telescopio, pero tardó muchos años luz en
localizar el punto exacto desde el que se había emitido aquel sonido.
Sobre un asteroide muy brillante un niño cantaba las canciones que había
soñado durante muchas noches.
El cisne
se sorprendió, no sólo por la voz de aquel niño cuyo rugido se traducía
en notas musicales; lo que más llamó su atención, fue su fuerza de
voluntad y su constancia. Cada vez que impactaba con algún meteorito, se
levantaba y volvía a cantar con más y más fuerza; acto seguido su
asteroide se volvía más y más luminoso.
Pasaron décadas. El cisne era feliz porque el Universo tenía su propia banda sonora y las galaxias brillaban más que nunca. Ya no solo resplandecían las estrellas, los asteroides y algunos planetas también formaban parte de la nueva iluminación sideral. Otros niños y cachorros habían seguido el ejemplo de aquel León y construyeron con su luz gigantescas constelaciones.
Pero de repente un día, el silencio y la oscuridad se fueron apoderando de aquel reino. Asteroides, planetas y estrellas fueron apagándose poco a poco. El lunes una, el martes tres,... hasta que sólo quedó encendido el asteroide del niño que rugía sus melodías.
El cisne se preguntó qué había pasado y fue a visitar al León. Él tampoco entendía por qué había sucedido aquello. Se subió sobre el lomo del cisne y volaron a través de las galaxias. Necesitaban hablar con Aldebarán, la estrella más brillante de la constelación de Tauro. Ella fue quien se lo desveló, se lo habían contado sus hermanas, las Pléyades. Aquellos niños habían dejado de brillar porque ya no se valoraban, infectados por los comentarios de otros que no entendían lo importante que era la música.
Desde entonces el cisne sigue recorriendo el universo para recuperar el brillo de los que apagaron su luz, aquellos que en algún momento flaquean en su empeño de hacer
realidad sus sueños. A él le encanta soñar, por eso acurruca entre sus
alas a todos los náufragos que va encontrando en su camino y
les aporta el impulso que necesitan para seguir luchando por lo que
creen.
Miremos a las estrellas, allí están nuestros sueños y dentro de nosotros ese león que nos animará a cumplirlos.
Raquel Fernández