jueves, 6 de noviembre de 2014

Dos miradas

Me encantan esos ratos de silencio, a solas con algún libro con el que me he citado para leer. Viajar a lugares lejanos a través de sus páginas y conocer a otras gentes en otros ambientes. Me gusta empaparme de sus experiencias, sus pensamientos, de la época en la que vivieron o en la que viven. También aprender del autor, fijarme en los sinónimos que utiliza o en el tono que aporta a sus escritos.

Foto: Reino de Barataria
 A ella no le gustan los libros. A sus ojos, son mera decoración en los estantes de la librería. Sólo los usa cuando realmente los necesita, cuando se lo exige su trabajo. Sus conversaciones no incluyen referencias literarias. Salvo algún tebeo, en el equipaje de sus vacaciones no existe hueco para la lectura, es un peso innecesario.

Al llegar a una nueva ciudad, disfruto perdiéndome por sus calles, inventando mis recorridos, que el vagar de mis pasos sea mágico y me descubra algún rincón inesperado. Me considero viajero, además de soñador, por eso dejo que mis viajes me hagan soñar, sin desvelarme con los preparativos. Lo que no puedo evitar es capturar recuerdos, físicos y psíquicos, disfruto cuando los encuentro. Es una forma de regalar una pequeña parte de mi vida a las personas a las que quiero.


Ella, sin embargo, necesita que todo esté planificado. Mapas, billetes, horarios, reservas... no hay márgenes para la improvisación. Todas las paradas en su ruta de los museos están marcadas con una chincheta en el mapa mental de sus destinos, cada visita es una carrera contrarreloj. No saborea los paisajes, no degusta los momentos, le indigestan las esperas. El carrete de sus viajes aparece velado en su memoria, manchado por las agujas del tiempo.


Un tiempo que debe respetar lo establecido en el manual de sus vivencias. Cada paso, supervisado; cada cambio, cotejado por la tradición. Guardó sus deseos en el baúl de su infancia y allí continúan. Los añora, pero no hace nada para acunarlos, le intimida su llanto.


A mí no me gustan las lágrimas, sólo las de alegría, aunque a veces son necesarias. En ocasiones sirven para tomar impulso, pisar con fuerza y levantarnos de la última caída. Las caídas son nuevos pasos en el recorrido hacia mis sueños. Sueños de loco, sueños imposibles, pero sólo míos. No permito que nada ni nadie los contamine con reglas rancias o prejuicios enquistados.


Ella se levanta enfadada, yo sonrío. En mi cara hay dos hilos diminutos que levantan constantemente mis labios. A pesar de los malos momentos me encanta sonreír.


Raquel Fernández







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