jueves, 11 de diciembre de 2014

Flores de otoño

Flores de otoño sobre los tejados. Parecían mágicas. Estaban allí frente a mis ojos. Eclosionaban al ritmo del atardecer y adquirían sus tonalidades. Los colores de septiembre eran los más bellos, por eso sus puestas de sol se dibujaban presumidas. Se reflejaban sobre todas las superficies con su luz suave.

Foto: Reino de Barataria
Sin advertir si quiera lo que estaba haciendo, cometí un sacrilegio. En mi mano yacía arrancada una de aquellas flores. Había perdido su vida, su brillo. Se volvió gris, luego negra, finalmente se transformó en ceniza y se deshizo entre mis dedos. Acto seguido, todas las flores que podía ver se fueron consumiendo y desaparecieron. Aunque lo más sobrenatural y extraño llegaría poco después. 

Un punto negro marcó el centro del cielo. Fue creciendo. Crecía más y más a cada segundo. Absorbía todo lo que estaba a su alrededor: nubes, nubarrones, arco iris y por supuesto las puestas de sol. Cuando ya no quedó nada, la sábana del firmamento se volvió oscura. Pero esa noche impuesta, tampoco fue impedimento. Aquel punto voraz comenzó también a devorar las estrellas e incluso la Luna.

Me quedé como petrificado. ¿Qué había pasado? Las luces de las casas de alrededor estaban encendidas y sus habitantes miraban por las ventanas, algunos incluso se agolpaban en grupo en los balcones para observar la oscuridad que se había instalado sobre nosotros. ¿Qué podía hacer? ¿A quién se lo podía decir? ¿Sería sólo allí, en mi barrio, en mi ciudad?


Comencé a morderme las uñas y a vagar pensativo por mi apartamento. Encendí la radio, pero sólo pude escuchar música clásica y la voz de la locutora hablando sobre el concierto que estaban retransmitiendo en directo. Busqué una emisora de noticias. Faltaban cinco minutos para el próximo boletín informativo. Esperé expectante.

Mientras tanto volví a salir a la azotea y percibí la preocupación de la gente que hablaba en la calle. Por sus conversaciones, descubrí que no había sido el único al que se le había ocurrido aquella idea. Las señales horarias hicieron acto de presencia al unísono en las viviendas cercanas. Cuando el presentador comenzó a hablar: silencio. Los murmullos desaparecieron. Todos estábamos ansiosos por saber qué había ocurrido. Yo más que ningún otro.

Al parecer, el apagón había sido mundial. Ni los científicos podían explicar aquello. Lo más curioso es que nadie se había percatado aún de que además del firmamento habían desaparecido todas las flores. De repente, recordé que esa misma mañana había comprado un ramo de rosas para mi querida Ángela. Estaban en el lavabo para evitar que se marchitasen. Cuando abrí la puerta, su rojo impactante me sonrió. Estaban intactas. Suspiré. Suspiré muy muy fuerte y me desperté.

Raquel Fernández

viernes, 5 de diciembre de 2014

Lisa Gherardini

Me he despertado agotada. La fiebre se ha apoderado de mí durante toda la noche y no he parado de dar vueltas en la cama. Mi doctor no se ha apartado de mí. Es mi inseparable compañero, mi apoyo, mi confesor. Desde que quedé en cinta, mi salud se ha ido deteriorando día tras día y tengo que enfrentarme sola a la enfermedad. Mi marido lleva cerca de siete meses viajando por España y Francia, intentando vender sus telas. En su última carta me confirma que ya está en tierras italianas.

Faltan muy pocas semanas para que el pequeño o la pequeña que llevo en mis entrañas salude a la vida. Si es niño le llamaré Pietro. Si es niña, Lisa como yo. Leonardo también está siendo una gran compañía durante estos días de soledad. Aunque apenas hablamos, la delicadeza de sus manos al pintarme me sirven de consuelo. No ha querido enseñarme el lienzo. 

Cada vez que finaliza su jornada, lo tapa con una sábana y lo traslada a un gran armario que cierra con llave. Lo sé porque he intentado abrirlo en varias ocasiones y no lo he conseguido. La cerradura me ha hecho burla. El gran da Vinci dice que las obras de arte sólo pueden verse acabadas. De no cumplir esta premisa, asegura, los dioses podrían castigarnos.

¿Cómo estará quedando mi retrato? La ropa que me obligan a vestir para la pintura no me agrada mucho. Seguro que me hace más mayor. Parece vestuario de luto. Aunque a los efectos soy una viuda en vida. Me casé muy joven y aún no sé lo que es la vida en matrimonio. Mi marido solo aparece en casa una semana al año y aprovecha su estancia para concebir nuestro siguiente retoño. Con el próximo, que llegará con el nuevo año, ya sumaremos tres.

Leonardo dice que ya queda poco para acabar, que mi rostro está casi finalizado. Ya ha pintado mi pelo, mi barbilla, mis pómulos y mi nariz. Me lo va dictando para que no me aburra. También ha perfilado mis ojos. Posiblemente no estarán muy vistosos por el efecto de la fiebre. Rezo para que su pincel les aporte el brillo que necesitan. 



Tan sólo falta mi boca. Me suplica que sonría. Yo lo intento con todas mis fuerzas, pero sólo puedo sonreír hacia dentro. Hace más de una década que no lo hago y parece que se me olvidó.

Raquel Fernández