Faltan muy pocas semanas para que el pequeño o la
pequeña que llevo en mis entrañas salude a la vida. Si es niño le llamaré
Pietro. Si es niña, Lisa como yo. Leonardo también está siendo una gran
compañía durante estos días de soledad. Aunque apenas hablamos, la delicadeza
de sus manos al pintarme me sirven de consuelo. No ha querido enseñarme el
lienzo.
Cada vez que finaliza su jornada, lo tapa con una sábana y lo traslada
a un gran armario que cierra con llave. Lo sé porque he intentado abrirlo en
varias ocasiones y no lo he conseguido. La cerradura me ha hecho burla. El gran
da Vinci dice que las obras de arte sólo pueden verse acabadas. De no cumplir
esta premisa, asegura, los dioses podrían castigarnos.
¿Cómo estará quedando mi retrato? La ropa que me
obligan a vestir para la pintura no me agrada mucho. Seguro que me hace más
mayor. Parece vestuario de luto. Aunque a los efectos soy una viuda en vida. Me
casé muy joven y aún no sé lo que es la vida en matrimonio. Mi marido solo
aparece en casa una semana al año y aprovecha su estancia para concebir nuestro
siguiente retoño. Con el próximo, que llegará con el nuevo año, ya sumaremos
tres.
Leonardo dice que ya queda poco para acabar, que mi
rostro está casi finalizado. Ya ha pintado mi pelo, mi barbilla, mis pómulos y
mi nariz. Me lo va dictando para que no me aburra. También ha perfilado mis
ojos. Posiblemente no estarán muy vistosos por el efecto de la fiebre. Rezo
para que su pincel les aporte el brillo que necesitan.
Tan sólo falta mi boca. Me suplica que sonría. Yo lo intento con todas mis fuerzas, pero sólo puedo sonreír hacia dentro. Hace más de una década que no lo hago y parece que se me olvidó.
Tan sólo falta mi boca. Me suplica que sonría. Yo lo intento con todas mis fuerzas, pero sólo puedo sonreír hacia dentro. Hace más de una década que no lo hago y parece que se me olvidó.
Raquel Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario