Cara de rosa, dulce mirada,
mujer entregada a la vida piadosa.
Tus manos, de diosa,
con ellas crea vida:
tus bordados, armonía;
y tu pluma, melodías.
Tu sudor es tu corona,
tus arrugas, tu cetro;
y tu corazón en paz,
una estrella fugaz
que se alimenta en tu pecho.
Tu vida, un bello reinado.
Tu trono, un establo encalado.
En él, nos enseñaste a amar
y aprendimos a observar
más allá de los reflejos.
Ayer: madre, esposa y hermana.
Hoy, monarca de ternura templada.
Mañana, ángel de la guarda serás
de aquellos que han sabido apreciar
tu tiempo, valioso, que no volverá.
Aunque llegado el día,
tus brazos también se abrirán
para con tu nana acunar
a quienes no saben mirar.
Porque eres fiel amor
y la rosa más hermosa
de ese vergel que cuidas
como hortelana dichosa.
Con todo el amor de una nieta
orgullosa de su abuela.
Raquel
Fernández
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