viernes, 23 de mayo de 2014

Vergüenza a la carta

Vivo, no vivo, ¿realmente vivimos?. Ya ni soñamos, está prohibido. 

Nos sentimos en libertad, pero nos pusieron cadenas. Estamos tras una reja y no tenemos la llave. Buscamos la felicidad, siempre la perseguimos. ¿La encontramos...? Quien así lo cree, no lo afirma convencido.

-¿Anoche era de día o ya había anochecido? Todo está oscuro. Se enciende una luz, otra se apaga... Es el caos, la muerte, la desesperación. 

-¿Por qué no nadamos hasta la otra orilla? No queremos. Creemos estar a salvo, aunque estamos dormidos. Quienes han osado despertar no han sido oídos y aquellos que son escuchados, no han vivido.

-¿Soñamos, dormimos? ¡Despertemos! Pasamos hambre, hay guerras, desastre y olvido. ¿A dónde hemos llegado? Oigo el llanto de un niño. No es su hijo, ya lo veo... ¿Dónde está el cariño, la ternura? Lo pintamos, lo escribimos, aunque no lo practicamos, pero sí que lo exigimos.

-¿De primero qué comemos? Enfermedad, pobreza, humillación, despido... condena por ser distinto, rechazo por haber nacido. 

-¿Quiere algo de soledad o mejor un cochinillo? La vergüenza está servida, es nuestra especialidad. Ayer se sirvió con sangre, hoy si quiere se la quito, pero es un poco más caro... ¿La quiere de aperitivo?

Foto: Reino de Barataria

-¿Qué me pongo esta mañana, el pantalón o el vestido? Mejor no me pongo nada, pero ahí fuera… hace frio. ¿Por qué no nos damos cuenta? Ni siquiera lo advertimos. 

Mucho se dice, se habla, lo leemos en los libros y ¿qué ocurre? Nada cambia. Todo sigue siendo lo mismo… Se lucha por el poder, quien lo tiene es abusivo y aplasta a las cucarachas que han entrado en el pasillo. -¡Ah! Estaban vivas. ¿Por qué no me lo habían dicho?-

Juguemos a la ruleta. -¿Qué número es su preferido, Nueva York o Palestina?
-Yo apuesto por esa patera. ¿Puedo?, ¿no puedo...? ¡Qué pena ya se ha hundido!


Raquel Fernández


lunes, 19 de mayo de 2014

Tic, tac, tic, tac.

Tic, tac, tic, tac. Susurra mi reloj. Tic, tac, tic, tac. Pasan las horas, avanzan los segundos. El tiempo ha ido pasando. A veces deprisa, a veces despacio, junto a risas y llantos, siempre empujando la vida.

Para mí más de 12.400 días, 297.600 horas y 525.000 minutos a su lado. Ha pasado rápido, aunque se ha parado varias veces. Las primeras las paró él, junto a mamá y le encanta narrarlo. Una, un 21 de septiembre: una niña blanquita, con un ricito como pelo, que llegó buscando abrazos y regalándolos. La otra, el 15 de mayo, su segundo retoño que berreaba porque ya estaba ideando sus primeros proyectos musicales. Hasta eso lo hizo bien, lo han hecho bien. Han sabido hacer perfecto hasta el día de nuestro nacimiento: 15 de mayo y 21 de septiembre, fechas muy señaladas para nosotros, con las que jamás se nos olvidarán nuestros orígenes.

El tiempo ha seguido corriendo y él siempre ha estado ahí, a nuestro lado. También en ese descampado del barrio al que salíamos a jugar. Allí también se congelan las manecillas del tiempo en las fotografías de nuestra memoria. Él siempre leyendo sus novelas de indios y vaqueros y nosotros jugando a la pelota o al escondite. Son imágenes que resumen su esencia: un hombre activo que ha seguido a sus hijos en todo lo que se han propuesto. Les ha apoyado con los deberes, acompañándoles en las competiciones, en los partidos. Ha sido tal su implicación que para entender más lo que hacían, se llegó incluso a titular como árbitro de natación y entrenador de fútbol-sala. Es, sin duda, un hombre polifacético y eso es una de las razones que le hacen tan especial.

Pero ese tic, tac, tic, tac del reloj ha seguido activo…. Y se ha vuelto a parar en repetidas ocasiones a lo largo de estas décadas. Ha congelado las horas en días especiales, en celebraciones marcadas en negrita en el calendario familiar. Yo llevo tatuada una en mi corazón, aunque ese día nos lo hemos tatuado todos, porque si lo logré fue gracias al sacrificio de toda mi familia: el día que me licencié. Siempre lo recordaré como una recompensa muy esperada y trabajada, fruto también de la abnegación de mi madre, nuestra madre coraje.

Me siento muy orgullosa de haberlo conseguido, de haber estudiado duro, pero sobre todo, de tener unos padres que han luchado por nosotros. Unos padres que han preferido privarse de caprichos, de vacaciones en la playa, de perfumes caros o buena ropa para que sus hijos tuviesen lo que ellos definen como su mejor herencia: “nuestra formación”. Mi madre, nuestro pepito grillo, siempre dice que esa herencia jamás se devalúa, ni cae en bancarrota. Al contrario, siempre genera "superávit”.

Raquel Fernández 

Foto: Reino de Barataria



viernes, 2 de mayo de 2014

Retrato


Ya se fue la soledad de aquellos tiempos, aquellos en los que vagábamos por las calles, junto a aquel viejo del que nunca supimos el nombre. Ya se ha marchado con él, el frio del invierno en las calles de Madrid. Ahora intento retratarlo, intento retratarnos cogidos de su mano. 

Fuimos niños de la guerra, abandonados por un mundo que nos dio la espalda; un mundo injusto y prepotente. Ahora intento dibujarlo, pero solo perfilo nuestros cuerpos. Cuerpos pequeños, hambrientos, amarrados a una mano abierta entre tanto caos.

Cuando desperté aquella noche, sólo escuchaba metralla y gritos de angustia a lo lejos. Intentaba no escuchar, creía estar soñando, pero el sueño era real. Corrí al cuarto de al lado buscando a mi hermana, no logré encontrarla. 

Me asusté, Lucía no estaba, sólo tiros y metralla, más y más metralla. La llamé, no escuché respuesta. La ventana se cerró con rabia y el cuarto se inundó con el vibrar de los cristales. 

La luz parpadeó un instante, finalmente se apagó, no veía nada. El miedo se fue apoderando de mí, estaba solo. De nuevo en silencio, pude distinguir una respiración acelerada que no era la mía. Volví a gritar: -¡Lucía!- Nadie me respondió. 

La busqué por toda la habitación, rincón por rincón y al fin la encontré dentro de un armario, bajo un montón de ropa. Lloraba desconsolada. La cogí de la mano y vagamos por la casa buscando a Mariam, pero no estaba. No había nadie allí. 

Salimos fuera, pero el frio nos hizo regresar al interior. Nos abrigamos con todo lo que encontramos y nos metimos en la cama abrazados fuertemente, muy fuertemente; tanto que cuando noté que la pequeña se había dormido me separé un poco para respirar mejor. Ella dormía, yo no. El ruido de esa noche no me dejaba dormir. Había empezado a llover y las gotas golpeaban el alféizar con su ritmo precipitado.

Ya nos he retratado. Él es sólo un recuerdo, ahí en medio, como vínculo entre nosotros. Era viejo, entró en el cuarto donde estábamos; donde yo no podía dormir, donde Lucía dormía. Entró en el cuarto oscuro, pero no me asusté, sus ojos me lo prohibieron. Sus ojos me dijeron que ya no estábamos solos.

Raquel Fernández 

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