lunes, 19 de mayo de 2014

Tic, tac, tic, tac.

Tic, tac, tic, tac. Susurra mi reloj. Tic, tac, tic, tac. Pasan las horas, avanzan los segundos. El tiempo ha ido pasando. A veces deprisa, a veces despacio, junto a risas y llantos, siempre empujando la vida.

Para mí más de 12.400 días, 297.600 horas y 525.000 minutos a su lado. Ha pasado rápido, aunque se ha parado varias veces. Las primeras las paró él, junto a mamá y le encanta narrarlo. Una, un 21 de septiembre: una niña blanquita, con un ricito como pelo, que llegó buscando abrazos y regalándolos. La otra, el 15 de mayo, su segundo retoño que berreaba porque ya estaba ideando sus primeros proyectos musicales. Hasta eso lo hizo bien, lo han hecho bien. Han sabido hacer perfecto hasta el día de nuestro nacimiento: 15 de mayo y 21 de septiembre, fechas muy señaladas para nosotros, con las que jamás se nos olvidarán nuestros orígenes.

El tiempo ha seguido corriendo y él siempre ha estado ahí, a nuestro lado. También en ese descampado del barrio al que salíamos a jugar. Allí también se congelan las manecillas del tiempo en las fotografías de nuestra memoria. Él siempre leyendo sus novelas de indios y vaqueros y nosotros jugando a la pelota o al escondite. Son imágenes que resumen su esencia: un hombre activo que ha seguido a sus hijos en todo lo que se han propuesto. Les ha apoyado con los deberes, acompañándoles en las competiciones, en los partidos. Ha sido tal su implicación que para entender más lo que hacían, se llegó incluso a titular como árbitro de natación y entrenador de fútbol-sala. Es, sin duda, un hombre polifacético y eso es una de las razones que le hacen tan especial.

Pero ese tic, tac, tic, tac del reloj ha seguido activo…. Y se ha vuelto a parar en repetidas ocasiones a lo largo de estas décadas. Ha congelado las horas en días especiales, en celebraciones marcadas en negrita en el calendario familiar. Yo llevo tatuada una en mi corazón, aunque ese día nos lo hemos tatuado todos, porque si lo logré fue gracias al sacrificio de toda mi familia: el día que me licencié. Siempre lo recordaré como una recompensa muy esperada y trabajada, fruto también de la abnegación de mi madre, nuestra madre coraje.

Me siento muy orgullosa de haberlo conseguido, de haber estudiado duro, pero sobre todo, de tener unos padres que han luchado por nosotros. Unos padres que han preferido privarse de caprichos, de vacaciones en la playa, de perfumes caros o buena ropa para que sus hijos tuviesen lo que ellos definen como su mejor herencia: “nuestra formación”. Mi madre, nuestro pepito grillo, siempre dice que esa herencia jamás se devalúa, ni cae en bancarrota. Al contrario, siempre genera "superávit”.

Raquel Fernández 

Foto: Reino de Barataria



No hay comentarios:

Publicar un comentario